Cuando hablamos de HACER, en general, estamos refiriéndonos a la capacidad productiva, al producir, a la dimensión técnica de las acciones humanas, su resultado práctico y si nos referimos al OBRAR nos referimos al actuar voluntario de la persona que interioriza el HACER.
El HACER (actividad, quehacer, acción productiva) conduce al tener (cosas, conocimientos, habilidades, medios): pero una cultura del HACER y del TENER debe ser traducida en una cultura del OBRAR, o sea, del trabajo que busca realizar a la persona y que la hace trascender. Y de ahí se pasa a una cultura del SER que integra el HACER y el TENER en el OBRAR y el SER.
CULTURA DEL HACER
- El que hace se puede quedar en lo que hace y nada más. No se trata de un juego de palabras para llamar la atención sino de una dura realidad que se constata cada día.
- Hacer es fácil y no requiere necesariamente un empeño espiritual.
- Basta con moverse en las diferentes variaciones de la actividad humana para encontrar gente que hace constantemente, incluso con ayuda de la técnica.
- Esto no implica una valoración negativa de las personas que hacen o que llaman a ese hacer, trabajo.
- El hacer es lo que hacen las máquinas y la persona rutinizada, sujeta a un trabajo que no le permite crecer dentro de sí.
Palabras que identifican el hacer Tener, estar, sentir, poseer, dinero, éxito, hablar, consumo, ruido, imagen, poder, posición, gastar, moda, capital, dominar, placer, técnica, recursos materiales, gastar.
Consecuencias de la cultura del hacer:
- Adicción al trabajo o “activismo”
- Materialismo de la acción.
- Terminar haciendo para tener
- Prima la producción no la persona
En el orden laboral también puede ocurrir que al eempleado o colaborador se le de un trato en que lo que importa es su producción y lo demás se subestima.
A pesar de todo lo que se afirma en cuanto a la primacía de la persona como centro de la organización, hay muchas empresas que dicen eso pero hacen lo contrario ante ciertas exigencias de productividad y competitividad.
Caen en la trampa de despojar a sus empleados de lo que los hace más productivos y más comprometidos con el futuro de la organización.
Si la persona hace y se hace continuamente, no quiere decir que por ahí se llegue al ser personal, al crecimiento interior.
Tener para poder
La persona tiene las cosas que hace o produce y mantiene un haber de cosas que le rodean y utiliza.
Tiene unos medios, entre ellos el dinero. Si esos medios los convierte en fines, distorsiona su obrar y pone en peligro su auténtica satisfacción, incluso su felicidad por la confusión entre tener y ser.
Este está depauperado, descuidado y aquel está crecido, toma ventaja en el proceso.
Hay que saber tener, saber ser propietario, poseedor o usuario de las cosas. Conocerlas y usarlas sin compartir el ser con ellas. Si lo comparte, deforma la realidad y la invierte: personifica a las cosas (las quiere, se le meten en el alma) y cosifica a las personas (las trata como si fueran cosas acabadas, terminadas, distantes, indiferentes…).
Peligros de la cultura del hacer:
- Materialismo y consumismo
- Influjo desorbitado de la publicidad
- El éxito económico constituye la felicidad
- Búsqueda de posición social ante todo
- Comprar, gastar, cambiar de moda
En la medida en que el protagonismo del trabajo se lo lleven los medios que empleo en él, pierde su sentido humano porque el verdadero protagonista es la persona.
El riesgo que se corre es muy claro: tener todas las capacidades y habilidades necesarias para producir, para generar resultados, pero si lo que queda en la persona es únicamente la fatiga del trabajo, ahí empiezan los problemas porque se produce un desdoblamiento, una separación contraria a lo que debería ser.
Esta es la causa de muchos cansancios mentales, de muchos desencantos con la vida de trabajo, con un determinado trabajo cuando pasan muchos años de estar haciéndolo.
A veces se desconoce la causa o nos desesperamos en su busca, o acabamos por pensar que es el destino que nos tocó y que no hay nada que hacer al respecto.
Todo lo contrario. Temprano o tarde nos tenemos qué preguntar por el sentido de lo que hacemos, si avanzamos, si crecemos como personas, o si el hacer, el trabajo por ejemplo, nos vacía interiormente, nos deja sin fuerzas, nos produce una insatisfacción psicológica o vital o un vacío contrario a la plenitud que buscamos.
Aquí no tienen importancia tanto las palabras como que podamos delimitar bien nuestros sentimientos para saber si se trata de una frustración, de un fracaso, del éxito mal entendido, de una experiencia, de una falta de preparación o de que no asumimos profundamente lo que hacemos todos los días.
No todo el mundo es consciente de esta situación. Sólo aquellas personas que se preguntan por el sentido de lo que hacen.
Hay síntomas que delatan que una persona, por muy elemental que sea su oficio, esta envuelta en formas de hacer que eluden la pregunta por el sentido de su trabajo y de éste en su vida.
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Escrito por Jorge Yarce
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